5 cosas que pierde el irresponsable, más una

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Me desagradan sobremanera los charlatanes, los irresponsables, aquellos que carecen de honor. Evito su contacto y no logro disimular con facilidad en su presencia.
Son esos que siempre andan comprometiéndose con cosas que no pueden cumplir, que llegan tarde a todas las citas, que no pagan a tiempo, que no pagan, que hacen de la mentira su compañera permanente y no cumplen jamás su palabra.
Son esos que ridiculizan el harakiri japonés y que no asimilan el valor y la determinación de los 47 ronin.
Una persona responsable es aquella que es capaz de tomar decisiones conscientemente, mantenerlas y enfrentar las consecuencias de las mismas de frente, aunque eso signifique perjudicarse a sí mismo.
A continuación presento cinco cosas que pierde el irresponsable y la sexta es mortal.
  1. Pierde el respeto. Esto queda evidenciado en el trato de sus iguales y hasta de sus inferiores. Todo el mundo le habla mal y es tuteado en actitud bélica con frecuencia.
  2. Pierde credibilidad. No importa lo pronunciado de su mensaje ni la gravedad de la situación tratada, siempre creará suspicacia y miradas incredulas. Deberá esforzarse al maximo para hacerse creer.
  3. Pierde influencia. A la hora del colectivo tomar decisiones importantes no es consultado y sus opiniones e ideas son pasadas por alto.
  4. Pierde adeptos. Socios, colaboradores, clientes, compañeros, amigos y familiares terminan por darle la espalda. Ya que el irresponsable no lo piensa dos veces para clavarle el cuchillo a sus cercanos, con tal de salvarse.
  5. Pierde dinero. Esta última es consecuencia directa de las anteriores. Empresarios, profesionales independientes y empleados irresponsables cosechan lo sembrado y sus ganancias disminuyen considerablemente.
Finalmente y no menos importante, es estigmatizado, recibe una marca de hierro permanente que aun cuando procure dar un vuelco a su condición, pasarán años antes de que se llegue a pensar diferente sobre el, si es que acaso lo logre.

Guingo, un maestro anónimo

Tan anónimo que ni el mismo sabe que lo es. Se trata de mi vecino, un joven de unos 30 años de edad y que cuenta con uno de los potenciales más impresionantes que persona alguna pueda llegar a tener.

Sin embargo, no todo es color de rosa para Guingo, por razones poco claras incluso para su familia, sus habilidades motrices fueron interrumpidas a temprana edad.

No habla, no presenta movilidad alguna en brazos y piernas lo que lo ata a una silla de ruedas todo el día haciéndolo enteramente dependiente de los demás, no recibió educación especial, su único movimiento corporal es del cuello hacia arriba y lo hace forzada y toscamente, su dentadura presenta avanzado deterioro, su propia madre comparte espacio con él, limitada por la edad a otra silla de ruedas y recibe poca atención de la gente que le rodea.
A pesar de todo lo antes mencionado, Guingo es capaz de recibir y procesar información, entiende de lugares, personas y cosas. Conoce el idioma, transmite su necesidad de alimento y aseo, reconoce el dinero, los regalos y la complejidad de una situación.
Esta combinación de imposibilidad física y capacidad mental convertiría a cualquiera que estuviera en su lugar en un infeliz, malhumorado y arruinado ser, pero es donde entra en acción el potencial al que me referí al principio.

Guingo siempre sonríe. A veces llueve y es salpicado, pero no hay nube capaz de borrar su sonrisa, a veces el sofocante calor seca sus labios ante un olvido por hidratarlo, pero ni el mismo desierto impediría el confort que brinda su singular mirada y alegre movimiento de cuello. Mis cargas personales me hacen olvidar su presencia cuando paso por su frente, un chispazo me lo recuerda y al voltear, recibo el mas cálido gesto de aprobación.
Aunque Guingo no lo sabe, con frecuencia me avergüenzo en su presencia. Su estado me pone a pensar en la cantidad innumerable de ventajas que poseo sobre él y aun así por momentos cedo ante presiones externas que tachan violentamente mi buena disposición y actitud, poniéndome a la defensiva ante todo y todos.
Tampoco logro entender cómo es que mucha gente teniendo tanto muestra tan poco agradecimiento. Maldicen si alguien se atraviesa en su camino, trabajan pobremente en venganza contra la empresa, la familia, la iglesia o los vecinos por una simple y a veces hasta inexistente ofensa, se comportan como perros a los cuales se le sustrae la comida, como olas que van según la marea, como dado que ofrece una cara diferente cada vez que se lanza. Solo que no somos perros, ni olas, ni dados.

Somos seres especiales que tenemos la capacidad de decidir por y sobre nuestros estados de ánimo y sentimientos.
Guingo enseña aun sin palabras que por más complicada que sea la situación siempre habrá alguien en peor estado, que molestarse no solucionara nada y que es posible sobreponerse y seguir adelante sin tener que recurrir a dañar a las personas que nos rodean y a nosotros mismos.

Es un gran maestro en el anonimato, comparte a diario sus instrucciones conmigo y creí pertinente brindarles algo de lo que tan fielmente recibo en su presencia que empieza con una sincera sonrisa.
anyelomercedes27@gmail.com